Sunday, March 7, 2021

Ciudades gemelas

Publicado en El Universal el 31 de julio de 2020


Hacer negocios en Cartagena exige un talento para lidiar con instituciones débiles en contextos caóticos, lo que el escritor económico Ruchir Sharma ha llamado el “cuarto mundo”. El problema es que negamos pertenecer a esta realidad, o la queremos minimizar pensando en que nos merecemos un trato de ciudad especial. 

Los empresarios deben valerse de buena imaginación para ver cómo prosperar cuando el entorno solo les da limones. Y sí se puede: algunos expertos mencionan cómo el segmento demográfico del estilo de Cartagena (mucha población, pero bajos ingresos medios) es la “base de la pirámide”, y citan ejemplos en otras latitudes de negocios exitosos, como la masiva bancarización con celulares observable en Nigeria, o la fértil industria cinematográfica del sur de la India. 

En contraste, Cartagena, al menos en sus zonas más turísticas, ha tendido a apuntar a la “cima de la pirámide”, buscando parecerse a Miami o ciudad de Panamá, con sus skylines de palmeras y rascacielos. 

Otros, más aterrizados, han promovido que imitemos más bien a ciudades de República Dominicana, al menos en cuanto a su desarrollo turístico. Por ejemplo, El Universal ha publicado varios reportajes en esa línea editorial. 

Pero la verdadera base de la pirámide no tiene ni el glamour del South Beach de Miami, ni la elegancia de los resorts de República Dominicana, ni el encanto de la Habana Vieja. 

La pobreza y la vocación multifacética cartagenera (turismo, industria, puerto, riqueza histórica) es compartida, curiosamente, con Toamasina, una pequeña ciudad portuaria ubicada en la costa oriental de Madagascar. 

Las similitudes son enormes. Dos tercios de la población de Toamasina son pobres y su gobierno está hundido en la corrupción. Tienen un puerto moderno, una versión propia del “canal del dique” (canal de Pangalanés), una refinería de petróleo y una música sorprendentemente parecida a la champeta. 

Además, al ser isleños, los Toamasinos guardan sentimientos defensivos hacia lo foráneo, tal como ocurre en muchos barrios de Cartagena. La realidad es que no somos tan cosmopolitas como nos lo pintamos en las postales, sino más bien ombliguistas. 

La parte cultural también encuentra grandes resonancias entre ambas ciudades. Por algo, Carlos Vives, cuando compuso la letra que le dedicó a Cartagena, usó la frase “Viva el África, viva el África”. Nadie criticó la comparación, quizá porque captura algo de la esencia de la ciudad. 

Puede ser una oportunidad mirar hacia ese lado del mundo, en Toamasina, para buscar el gemelo de Cartagena, la ciudad que nos ofrezca lecciones pertinentes de desarrollo desde la base de la pirámide.

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