Para entender la reciente reforma tributaria o Ley 1607
de 2012, tuve que reunirme con un contador especialista en temas tributarios y
escudriñar el informe que me envió el asesor de mi fondo de pensiones. Al hacerlo concluí que no sólo es un sistema
tributario difícil de entender sino que además dificulta que financiemos bienes
y servicios de interés público. No es un
sistema tributario para todos, y con eso no me refiero a que la DIAN la
aplicará discriminadamente. Por el
contrario, confío en que hará un buen control de los contribuyentes, sin
excepciones.
Por definición, un impuesto es una norma de obligatorio
cumplimiento, no es una donación voluntaria.
Es por eso que los grupos que desean evitar pagar impuestos se mueven antes de ser aprobada la reforma en
busca de exenciones o deducciones fiscales.
Su lógica es defenderse del ataque del Estado: se ven como víctimas y cualquier
punto porcentual que rasguñen de la tasa de impuesto o cualquier centavo que le
bajen a la base gravable es considerado una victoria. Si se es derrotado, el
último recurso es salir a protestar a las calles o en medios de comunicación.
La poca simpatía del sistema tributario se debe a esta
lógica egoísta de grupos de interés que piensan como feudos aislados, y no a
que la gente no tenga plata para dar a proyectos que le convienen a su ciudad,
su barrio o su casa. ¿Por qué los
vecinos de una copropiedad que desean remodelar un edificio consiguen dinero de
dónde no lo tienen para pagar el arreglo? ¿Por qué la gente gasta $5 mil o más por
semana ($250 mil al año) en comprar loterías que nunca ganan?
Las cuotas extraordinarias de administración funcionan
porque todos conocen cuánto cuesta el arreglo, quién es el responsable de
hacerlo, cuándo estará terminado y a quién se le pide rendición de cuentas por el
destino del dinero aportado. Si esto no
fuese claro, se desmorona el recaudo de los fondos.
En las loterías, los desembolsos de plata semanales y
el tiempo perdido en filas (¿han visto las filas del Baloto cuando el acumulado
es una cifra grande?) no parecen disuadir a la gente de dar plata una y otra
vez. Basta con haber conocido que el
premio sí es pagado cuando cae para seguir comprando el tiquete. Como el valor de cada tira de chance es
pequeño, no duele pagar.
El sistema tributario colombiano, en cambio, ha venido funcionando de espaldas a la
racionalidad colectiva. Se limita a
sacar decretos incomprensibles cada vez que hay una reforma tributaria, con
fechas estrictas en las que hay que pagar grandes sumas de dinero que quién
sabe dónde, cuándo, y cómo se convertirán en hospitales, colegios y vías
públicas.
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