Publicado en El Universal el 12 de junio de 2020
Durante la actual crisis económica provocada por la pandemia del coronavirus se notó lo mucho que la sociedad necesita a los empresarios para subsistir. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, es lo que vinimos a descubrir en medio de esta tragedia. Estamos en la obligación moral de no ser ingratos con las empresas.
Recordemos lo que pensábamos al comienzo del aislamiento. En aquel entonces teníamos una sensación de falsa seguridad. Pensábamos que con los decretos y medidas draconianas del estilo de "sólo tienen permiso para salir los trabajadores esenciales" podríamos sobrellevar la cuarentena sin demasiados apuros.
Allí vino la primera reflexión: casi todas las empresas son esenciales, a su manera. Si al laboratorio de virología se le daña la máquina de extracción de pruebas, el soporte técnico de la máquina se vuelve esencial. O si a la empresa que transporta los tapabocas se le espicha la llanta del camión, y tiene que pedir una nueva, el fabricante de llantas se vuelve esencial. Y así sucesivamente con otras empresas y otros ejemplos que no notamos ni valoramos hasta que no los tenemos.
Al cabo de esta crisis, no podemos seguir dejando tan solas a las empresas. Debemos reflexionar desde cada uno de nuestros sectores sobre nuestra relación con ellas y, si es preciso, hace falta que hagamos un mea culpa.
Desde la academia, por ejemplo, con frecuencia le damos un trato severo y frío al empresariado local. Cuando relatamos a nuestros estudiantes los problemas de Cartagena pintamos un cuadro en el que las empresas casi siempre resultan los villanos, con dueños caricaturizados como seres avaros sin sensibilidad por lo social.
Cuando enseñamos los métodos de los negocios desaprobamos el utilitarismo y pontificamos de cómo las empresas no deben quedarse en garantizar sólo los indicadores de rentabilidad sino que tienen una responsabilidad social de arreglar hasta lo divino y lo humano.
A las aerolíneas, los hoteles y los restaurantes, ahora que están convalecientes, se les vino medio mundo encima, en actitud de desquite.
Estas enemistades acérrimas pueden resultar hostiles ahora que se puso de manifiesto que, por el solo hecho de existir, funcionar, y facturar, la empresa privada mueve el engranaje que nutre de la savia a todos los hogares.
Los hogares no existen en un vacío, ni papá gobierno puede sostener un perenne microgerenciamiento de entrega de mercaditos para paliar la ausencia de ingresos.
Este momento es para formular y apoyar políticas públicas pro empresas, y extenderles una mano amiga que vaya más allá de cosas triviales como el simple aplazamiento del pago de impuestos.
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