Publicado en El Universal el 28 de octubre de 2016
Los mejores administradores parecen dotados del don de planificar. Verlos en acción es constatar que los imprevistos no los atemorizan, sino que los fortalecen. Jon Taffer, el mago de la administración de bares en EE.UU., se hizo famoso mundialmente por un show de TV en el que convierte lugares apestados por las siete plagas en prósperos negocios.
El admirable arte de la buena administración empezó a ser descifrado por los estudiosos de la economía. En un comienzo aquello se limitó a estandarizar modelos de negocio: el modelo Ford, el McDonald’s, el Uber. Pero desde hace algunos años un grupo de economistas matemáticos intenta ir más allá de los casos intuitivos y busca deducir reglas y principios detrás de estos modelos, convirtiendo el arte en ciencia.
El pasado 10 de octubre fuimos testigos del Premio Nobel en Ciencias Económicas, concedido por el Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel, a Bengt Holmström y Oliver Hart, dos profesores de casi 70 años que han dedicado sus vidas a crear una “teoría de contratos”.
Oliver Hart, profesor de Harvard, inicia uno de sus libros con la anécdota de la edificación de su casa para mostrarnos cómo firmar contratos a prueba de errores, con constructores. La imperfección y los imprevistos, antes defenestrados de los libros de economía, ahora no faltan en la teoría de contratos, que los describe como “maleza que crecerá a la menor oportunidad que le demos”.
Bengt Holmström, profesor del MIT de origen finlandés (Bengt, versión nórdica del nombre latino “Benedicto”), también partió de un punto de vista agnóstico frente a la ética de los asociados en los negocios. El riesgo moral, derivado de un socio inescrupuloso que desea tomar ventajas de tener más información, es mitigable con un buen diseño de contrato.
Holmström y Hart enseñan a evitar los contratos con diseños extremos. Si vieran el modelo de transporte público de Cartagena, con conductores de buses que al final del día pagan al propietario una cuota fija de “la cartulina” para quedarse con el resto del recaudo, dirían, con razón, que es una receta para el desastre.
Con sus modelos matemáticos, los Premio Nobel pueden programar dos computadores dotados de inteligencia artificial para que contraten una tarea, e investigar cómo la falta (asimetría) de información puede ser contrarrestada con adecuados prediseños de términos y condiciones contractuales. Es asombroso lo útil que han sido estos ejercicios para entender el mundo real de los modelos de negocio, así no se apliquen al bizarro mundo del transporte público local.
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