Albert Hirschman |
Con frecuencia el gobierno publica boletines sobre los
últimos avances en infraestructura para hacer alarde de los kilómetros
construidos en vías, puentes y túneles.
Quienes ven más allá de la excitación noticiosa en
estos boletines advierten que, en realidad, estamos rezagados en materia de
infraestructura respecto a otros países y que esto nos resta competitividad. El
“Informe Nacional de Competitividad 2013–2014” del Consejo Privado de
Competitividad así lo reconoce.
A pesar de este atraso, sería injusto desconocer los
esfuerzos del gobierno para invertir en infraestructura. Después de todo, no somos un país rico. Pretender interconectar con trenes modernos y
autopistas los principales centros urbanos de nuestra difícil geografía no es
realista en el corto plazo.
Lo que sí preocupa es que tenemos debilidades para la
planeación en la construcción y, sobre todo, para el mantenimiento de la
infraestructura. Es un error creer que
con tener la plata para empezar las obras se resuelve todo. El problema es que no hemos aprendido a
planear para su mantenimiento.
Uno de los primeros en darse cuenta de la patológica
dificultad de los colombianos para preservar en buen estado la infraestructura
fue Albert Hirschman, prominente economista del siglo XX, durante su residencia en el país en la década
de 1950. Lo que Hirschman vio fueron
"... suelos erosionados, camiones varados, techos con goteras, máquinas
que se destartalan antes de tiempo,
puentes poco seguros y canales de irrigación obstruidos". Hoy en día seguimos igual.
Hirschman consignó en sus escritos su asombro de ver
óxido y verdín "esparcidos a lo largo de todo el territorio". Su punto era que el descuido de la
infraestructura es síntoma de la presencia de "fuerzas corrosivas del
desarrollo".
Para Hirschman la mejor forma de escapar a esta
tendencia corrosiva es formando capital humano en ambientes en que no haya
margen para descuidar el hábito de mantenimiento (por ejemplo, en refinerías de
petróleo y aerolíneas). Este hábito sólo
se aprende a los golpes. En otras palabras, la presión de los ambientes
exigentes contribuye al aprendizaje duradero del hábito de mantenimiento. En la segunda mitad del siglo XIX, por
ejemplo, otro ambiente exigente, la
necesidad de administrar los ferrocarriles, fue lo que provocó el nacimiento de
la corporación moderna.
En conclusión, no hacer mantenimiento a obras y dejar
que se destartalen podría estar
revelando una tendencia a sacarle el cuerpo a proyectos exigentes sin los cuales nunca podremos aprender a
administrar.
No comments:
Post a Comment