Publicado en El Universal, el 1 de febrero de 2013.
Han pasado tres años desde que se produjo la crisis de
la deuda pública de Grecia, episodio que convulsionó la economía de la
Eurozona. Como sabemos, el déficit
fiscal y la deuda de Grecia se dispararon entre 2008 y 2010, lo que llevó a las
agencias calificadores a castigar el puntaje de sus bonos y a varios rescates
billonarios del Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea, cuyo objetivo
era atenuar una catástrofe en la que Grecia repudiara la deuda.
A pesar de la profunda recesión en que entró Grecia, el
final trágico dejó de ser inminente y muchos expertos han augurado que no habrá
salida de este país del euro. Ahora es
oportuno examinar las lecciones que deja esa crisis.
Una de las principales causas del descalabro en Grecia fue su débil aparato
productivo, hipersensible ante los altibajos de la economía internacional. Grecia, que venía de un crecimiento sostenido
de su PIB por varios lustros, se caracteriza por ser excesivamente dependiente
del turismo, por su cultura de la evasión de impuestos y por su ineficiente y gigantesco
aparato burocrático estatal.
En cuanto al turismo, el sector emplea el 17% de la
fuerza laboral, pues Grecia es el decimosexto país más visitado del mundo (en
el llamado 'turismo de negocios y convenciones' ocupa el octavo lugar). Su mayor atractivo es su rica historia – que se
conserva aún en legendarios lugares y hermosas ruinas – y su vocación por ser anfitriona de cuanta
gala y celebración pueda (en 2004, por ejemplo, los griegos botaron la casa por
la ventana para ser la sede de los Juegos Olímpicos).
La evasión tributaria es una práctica socialmente
aceptada (41% de la población evade impuestos).
La moral tributaria en Grecia suele auto justificarse con la frase 'con
tanta corrupción, mejor no pago impuestos'.
El Estado en Grecia generaba antes de la crisis el 55%
de los empleos y era el mayor contratista en todos los sectores, a los que
carcome con su corrupción, nepotismo e ineficiencia. Todas las universidades son públicas; las
pocas industrias en manos privadas están a merced de rentistas que se
benefician de su poder político. El 13% de los griegos admite el pago de 'fakelakis' (sobornos a funcionarios
públicos para acelerar trámites).
Los griegos toleraron estos males de su economía en silencio
durante décadas porque se la estaban gozando y porque no podían o no querían
colocar la integridad por encima del
ciego beneficio individual de unos pocos grupos de presión. Sin embargo, con la amenaza de ruptura del
cordón umbilical que lo unía a la Eurozona, en 2010 y 2011 los griegos
rompieron su silencio y salieron a protestar a las calles. Quizá reaccionaron tarde, embriagados todavía
por los años de derroche irresponsable y saqueo del erario público.
Toda región que se abandone a la complacencia de sus
atractivos turísticos, viviendo la buena vida,
tolerando la corrupción de sus gobernantes y evadiendo el pago de
impuestos corre el riesgo de parecerse a
Grecia que, después de tres años de austeridad, desearía poder retroceder en el
tiempo para asumir responsablemente las riendas de su economía.
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