Cartagena, Barranquilla y Santa Marta, además de compartir balcón
sobre el Mar Caribe, poseen identidad cultural y amplia afinidad en sus
costumbres locales. Sin embargo, pese a que
sostienen una relación de vecindad y amistad estrecha, las tres ciudades rara
vez han sido socias en proyectos de inversión.
Sorprende que el llamado “triángulo de oro” de la economía se haya
producido en la fría montaña andina porque en todas partes del mundo el
desarrollo entra por las zonas costeras. En nuestro país, en cambio, la región
Caribe no solo no fue polo de desarrollo sino que se rezagó y “perdió” el siglo
XX.
En pleno siglo XXI, ¿puede la región Caribe comenzar a hacer
negocios en colaboración? La respuesta es sí, siempre y cuando pueda superar el
estigma de que es una región indolente con la corrupción en la ejecución de
proyectos de infraestructura.
Tal vez la mejor oportunidad de probar que la región sí puede, se
da actualmente con la idea del tren del litoral Caribe, que uniría a Cartagena,
Barranquilla y Santa Marta mediante una ferrovía de uso mixto (carga y
pasajeros) y que serviría para aprovechar el dinamismo portuario de estas
poblaciones y para potenciar la zona
como corredor turístico.
En la región existe un ambiente de optimismo alrededor del
proyecto. Me parece que, en reciente
columna en este diario, el economista Jorge Campos da en el clavo cuando anota
que debemos "pasar de la histórica competencia que han mantenido estas
urbes en su patrón de desarrollo a un modelo basado en la complementariedad".
¿Será cierto que una inversión alta en infraestructura perjudica
el presupuesto que les queda a salud y educación? Dos ejemplos parecen dar fe
de que esto no necesariamente es cierto.
En el caso de Nigeria, donde las necesidades socioeconómicas son
tanto o más apremiantes que en nuestro país, se viene ejecutando con éxito un
ambicioso plan a 25 años para recuperar los trenes.
El otro contraejemplo se ve con el entusiasmo que ha generado en
Chile y Perú la reciente estructuración de proyectos de trenes para sus litorales. Estos países comparten con Colombia
dificultades parecidas sin que eso les impida soñar con trenes.
No se nos debe olvidar, además, que ya hemos tenido experiencia
con trenes en la costa: los de Sabanilla, Calamar, y Santa Marta, por ejemplo,
para no contar el que atravesaba el istmo de Panamá, antes de su
independencia.
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